Estambul: un encuentro de culturas

Sábado 27/02/2010

Después de mi master del universo, mi hermano me espera para ir hacia el aeropuerto. Próxima parada: Estambul.

Con el cambio horario, cuando llegamos la noche inunda ya las calles de la ciudad. Por suerte, el hotel incluye un servicio de transfer y eso nos evita el primero de muchos timos que están por llegar, así como dar mil vueltas por callejuelas oscuras por las que te suelen meter los taxistas cuando te ven cara de despistado…

Nos hospedamos en el hotel Zeugma, un hotel más bien pensión, muy correcto, céntrico y barato. Como estamos al lado de la mezquita azul y de la Hagia Sofia, salimos a hacer unas fotos nocturnas por la zona. Son casi las 12 y aún así los restaurantes siguen abiertos, con música disco considerablemente alta y con ambiente.

Junto a la Hagia Sofia patrulla un coche de policía y una manada de taxistas va a la caza de cualquier turista desorientado.

El ambiente es tranquilo. A penas pasea un alma y Estambul nos muestra en exclusiva su belleza más íntima.

Domingo 28/02/2010

Nos levantamos temprano para aprovechar el día. Desayunamos en el triste buffet del hotel (no pidamos peras al olmo), amenizado por las luchas entre gaviotas y palomas, que no paran de revolotear y chillar a nuestro alrededor… Como la terraza es acristalada parece que en cualquier momento presenciaremos una escena de la famosa película de Hitchcock.

Nos lanzamos a la calle con la misión de cambiar algo de dinero y poder así hacer cualquier otra cosa a posteriori. Pero las casas de cambio están cerradas y después de varias vueltas optamos por sacar dinero de un cajero.

Empezamos la ronda de visitas con la mezquita azul, que es la única del mundo, a parte de la Mecca, que cuenta con seis minaretes. Como en todas las mezquitas, toca descalzarse en la puerta, donde te ofrecen bolsas de plástico para guardar los zapatos. En este caso, como se trata de una mezquita muy turística, las mujeres no estamos obligadas a taparnos el pelo.

El interior de la mezquita, aunque no tan impresionante como el exterior, es precioso, con una gran moqueta roja, lámparas bajas y las cúpulas decoradas con preciosos detalles ornamentales principalmente en color azul. No obstante, la postal se acompaña de un considerable olor a roquefort emanado de tantos turistas descalzos pululando por la moqueta…

De aquí salimos hacia la Hagia Sofia (20 TL/pers), antigua basílica bizantina convertida en mezquita y ahora en museo. Cuenta con una cúpula espectacular y en la decoración se mezclan mosaicos que relatan escenas de la Biblia con escrituras coránicas. Es realmente un lugar espectacular donde te sientes muy pequeño y en el que, si las paredes hablaran, no callarían nunca. Sin duda, merece la pena subir a la parte superior de la basílica-mezquita-museo y contemplar la magnitud de la nave desde allí.

La última visita de la mañana es a la Cisterna de la Basílica (10 TL/pers), cuyo acceso se encuentra muy cerca de la Hagia Sofia, aunque aparentemente no se ve porque la cisterna está bajo tierra y sólo aparece un letrero indicativo. Por dentro, la cisterna es enorme y cuenta con numerosas columnas iluminadas desde bajo del agua que le dan un aire místico y enigmático. Justo al final de la pasarela se encuentran dos columnas cuya base es diferente a las del resto y fue tomada de otra construcción. En concreto, las bases representan la cara de Medusa, de quien se cuenta que transformaba en piedra a todo aquel que le miraba fijamente a los ojos, aunque ahora es más bien ella la que es una piedra más en una columna donde ni siquiera se han molestado en ponerle la cabeza recta…

Y con esto se ha hecho la hora de comer, así que abrimos la guía Aguilar de Estambul que nos prestaron (personalmente no la recomiendo) y acudimos a un sitio que describe como un buen lugar para comer a base de raciones variadas de platos típicos turcos por unos 10 TL/pers. El sitio en cuestión se llama Cennet y los señores de la guía Aguilar deberían actualizar los precios. El local es bonito, con un grupo de música de ambiente que se agarra fuertemente al platillo pasando por cada mesa después de la actuación, pero la carta es descaradamente cara para los platos que ofrece. En definitiva, ¡estamos en el típico restaurante tima-guiris! Por suerte, gracias a los consejos de una pareja andaluza que tenemos al lado evitamos platos que ellos califican de asquerosos… y nos decidimos por un kebap de pollo y otro de ternera, más dos Ayran para beber.
Pero lo mejor vino al final. Teniendo en cuenta los precios de la carta, el total debería ser 25,5 TL, pero el camarero llega con un trocito de papel y, ni corto ni perezoso, escribe 28 TL Optamos por dejarlo pasar, a modo de propina y por no haber lanzado nada a la bandeja de los músicos, y es aquí cuando empiezan a timarnos de verdad...

De la zona de Çemberlitas nos vamos caminando por el puerto hacia otras mezquitas que tenemos interés en visitar. Aquí se produce el segundo timo del día: un limpiador de zapatos pasa por nuestro lado y “aparentemente” se le cae el cepillo. Nosotros, ilusos, le avisamos y entonces el limpiador empieza a agradecernos con desmesura el gesto y a decirle a mi hermano “oh, thak you my friendo, thank you”, mientras le arrastra para que le deje limpiarle los zapatos. Nos negamos y él sigue insistiendo al son de “no problema my friend, no problema”… Y en eso aparece su “brother” (mira tú por dónde) y se ofrece a limpiarme las zapatillas (bueno, más bien me estira del pie sin que yo tenga tiempo a decir esta boca es mía). Siguen nuestras quejas y sus “no problema my friend” hasta que acaban su trabajo de frota-frota y cambian el discurso por el de “my baby hungry”, con la mano bien estirada… Alfonso les da dos liras que tenemos sueltas mientras ellos se quejan pidiendo “eighty” (quiero pensar que se referían más bien a eighteen) y sugiriendo que nos cambian un billete si hace falta…

Seguimos paseando hacia la mezquita de Yemi Camii y por el camino vuelve a pasar por nuestro lado un limpiador de zapatos al que se le cae el cepillo. Sin inmutarnos, seguimos como si nada y el limpiador se gira sorprendido a recoger su enser… Una sonrisa orgullosa recorre nuestra cara tras evitar se timados por tercera vez en lo que va de día.

En Yemi Camii los hombres realizan sus abluciones en la fuente que hay delante de la puerta. Las mujeres, la mayoría de negro y todas bien cubiertas, van entrando y se colocan en la celosía de la parte posterior de la nave, bien alejadas del imán que canta las oraciones.

Nos dejan entrar, aunque me ofrecen un pañuelo para cubrirme el pelo. Lo hago y pasamos a sentarnos silenciosamente en la moqueta. Un gran grupo de hombres, arrodillados de cara a la Mecca, se flexionan sobre sí mismos mientras rezan. Los más mayores se quedan en un segundo plano y se ayudan de sillas para poder realizar los movimientos. Es un acto que impresiona… de una gran solemnidad.

Rüstem Pasa Camii, en cambio, es una mezquita mucho más tranquila y, aunque la guía dice que es la más lujosa de Estambul, no se aprecian grandes diferencias. Permanecemos un rato relajados sobre la moqueta, observando los detalles de la decoración y distraídos en nuestros propios pensamientos.

Nuestra última mezquita del día es Süleymaniye Camii, pero lamentablemente está cerrada por obras. Accedemos por un lateral al cementerio, que sí que está abierto y donde encontramos a un numeroso grupo de mujeres escondidas en niqabs negros que les confieren una imagen dura y chocante para nuestra mirada occidental…

Se acaban las mezquitas y volvemos (paseando, claro) hacia el centro. Pasamos por delante de una de las muchas pastelerías de la ciudad y decidimos sucumbir a la tentación. Compramos una pequeña caja de baclavas (esos dulces tan ricos de hojaldre y nueces… ñam-ñam!) y cuando nos toca pagar se aproxima el tercer intento (fallido) de timarnos descaradamente. La báscula marca nueve liras y, cuando el tendero nos pide el dinero, nos dice: “trece”. Le digo: “¿perdona?, ¿no ponía nueve en la báscula?”… Y él: “no, es que pesa más…” Insisto: “¿Te importa ponerlo de nuevo en la báscula?” Y por suerte la báscula sigue marcando nueve… Y esa sonrisa de satisfacción vuelve a amanecer en nuestro rostro.

Pero la sonrisa no dura mucho. Antes de entrar en el hotel nos decidimos a comprar agua en el badulaque que queda más cerca. Cogemos una garrafa de 5 litros para tener en la habitación y al cambio nos piden 2 libras turcas. Cansados de la jornada y sin rechistar, pagamos y salimos por la puerta tranquilamente: cuarto timo (consumado) del día.

Después de descansar un rato en la habitación nos encaminamos hacia Kumkapi con un mapita de esos tan detallados que suelen darte en los hoteles, donde siempre está marcado el corte inglés de turno. Intentamos seguirlo… y digo intentamos porque nos sobran calles teniendo en cuenta el mapa… Y las que, según el mapa, llevan a Kumkapi… no aparecen por ningún sitio. ¡Misterios sin resolver!

Finalmente y tras pasar por algunas calles de dudosa conveniencia para turistas despistados con un mapa de de caja de cripies entre las manos, llegamos al famoso barrio de pescadores de Kumkapi.

Los relaciones públicas de los muchos restaurantes de la zona empiezan a atacarnos con sus cartas. Cada uno asegura ser el más barato, el más bueno y el único que ofrece pescado fresco. Cuando les indicamos que queremos ver unos cuantos antes de decidirnos, cada cual asegura que el pescado del resto es malo, congelado y caro… Tres dicen ser el “único” restaurante en el que hablan español, en uno son forofos del Barça (aunque también tienen la bufanda del Valencia C.F. colgada de la pared). Uno me da una flor mustia, otro un clavel, el de al lado una rosa… Para uno soy una sultana, para otro una faraona… Y entre oferta y contraoferta, flor y promesas de rebajas en la carta, nos decidimos por el que tiene una terraza más bonita con vistas a la plaza.

Después de negociar los precios, pedimos unos calamares a la romana y una parrillada de pescado para compartir. Los calamares, escasos, estaban muy ricos, y el guiso/parrillada de pescado, exquisito.

Mientras cenamos contemplamos la vida de la calle y el resto de terrazas acristaladas que dan a la plaza. Los músicos llenan los restaurantes tocando y cantando sin parar para luego pasar el platito, te guste como si no. Por suerte estamos escondidos detrás de un pilar y no vienen a acosarnos pidiendo dinero. Un chico con una cámara de fotos se pasea por los restaurantes intentando convencer a las parejas para que dejen este instante congelado y en la calle los relaciones públicas de los restaurantes siguen con su caza de clientes mientras los guiris suben y bajan por la calle observando las cartas y escuchado las promesas de cada uno.

Justo en la esquina de enfrente aparece de repente la prima de Belén Esteban haciéndose pasar por bailarina del vientre: de delgadez extrema excepto en las grandes tetas operadas, cara chupada y melena rubia de bote, larga hasta el culo. Con menos gracia que Leonardo Dantés haciendo el baile del pañuelo, la susodicha empieza a restregar sus “dotes” sobre la calva de un turista, mientras este le mete un billetito en el sostén procurando recoger las babas para que no le caigan al suelo… Mientras tanto, los amigos de la mesa ríen y animan a la Esteban para que mantenga la vidilla del espectáculo.

La cena está realmente exquisita, pero cuando llega la cuenta sufrimos el cuarto (y por suerte último) timo del día, esta vez medio fallido, medio consumado. Los calamares que negociamos a 15 TL están puestos a 20 TL, nos han cobrado un ojo de la cara por las bebidas y se han inventado dos conceptos nuevos para subir el importe final: “tasas y cubiertos”. Total: 60 TL. Llamo al camarero y le empiezo a comentar los “fallos” de la cuenta… Sin embargo, soy demasiado buena/tonta y me limito a poner los calamares a 15, bajar las bebidas a la mitad y quitar uno de los conceptos sorpresa. Nuevo total: 48 TL.

Cuando salimos a la calle, con el mapa de los crispies otra vez en mano, preguntamos al relaciones de nuestro restaurante cómo tomar mejor el camino, ya que a la ida habíamos dado más vueltas que un tonto. Nos indica una calle… Nos acercamos hacia allá, pero decidimos guiarnos por nuestro propio instinto vista la oscuridad y el aspecto de la misma… Por ahí parece que en cualquier momento saldrá el camarero para pedirnos la diferencia que le hemos rebajado en la cuenta de la cena…


Lunes 01/03/2010

Desayuno con gaviotas. Como el buffet es pobre, lo enriquecemos con baklavas y otros pastelitos de almendra que compramos también ayer. ¡Lo mejor para la dieta!

Hoy toca visitar el Palacio de Topkapi, un complejo amurallado compuesto de varios edificios y jardines. La parte más conocida e interesante es el harén, donde a parte de mujeres bailando y haciendo otras cosas se producían las grandes confabulaciones políticas. La decoración de las diferentes estancias es espectacularmente cuidada y rica.

Visitamos también las exposiciones de trajes (algunos serían estupendos para las fiestas de moros y cristianos), de armas y tesoros; la biblioteca, el pabellón ornamentado y otras muchas estancias. La cocina y el museo militar, que también queremos ver, están cerrados por obras (con esto de Estambul, capital de Europa 2010, es lo que pasa).

Salimos de Topkapi hacia el mediodía y nos acercamos de nuevo al puerto para comer un bocata (según mi hermano de caballa y según yo de sardinas) en los chiringuitos que hay delante de los muelles. Intentamos hacernos los listos y regatear pidiendo un dos por uno o una rebaja considerable, pero no cuela… Todavía no estamos suficientemente entrenados.

Del bocata (de sardinas, evidentemente ;-p) nos vamos a los bazares. Primero, el de las especies; después, el egipcio. El primero es más pequeño y colorido y, como su nombre indica, abundan los puestecitos que venden especies, de todos los tipos y colores, en cuidadas montañas que posan para las cámaras de los turistas. El bazar egipcio, bastante más grande, está rodeado de calles-bazar y en él se puede encontrar de todo. Es más barato comprar en las calles que en la parte techada, pero en realidad lo mejor es comprar en tiendas de la ciudad que no estén en el mismo centro. Ya de entrada serán mucho más baratas que el bazar y después todo depende del arte que tengas con el regateo.

Como ya viví la experiencia de los bazares en Marruecos, reconozco que no me apetece tanto ponerme a regatear como una loca. No necesito nada en concreto y tener que negociar precios sin intención de comprar puede ser muy duro… Mi hermano quiere comprar unos regalos para sus amigos y yo me dedico a marearlo un poco para que regatee hasta el último céntimo. Debe ser que llevo mucho tiempo viviendo en Catalunya…

Dejamos los bazares y nos encaminamos hacia la zona nueva. Optamos por coger el tranvía por dos razones principales: para poder presumir de haber viajado en el tranvía de Estambul y para poder llegar a la torre Gálata antes de que caiga el sol.

Subimos a la torre Gálata. Unas vistas espectaculares de las mezquitas, el Bósforo y las callejuelas serpenteantes que quedan a nuestros pies. Hacemos unas cuantas fotos, le damos varias vueltas a la torre y bajamos para ir a la zona nueva.

La calle principal podría ser la avenida comercial de cualquier ciudad europea. Está tan llena de gente que a penas se puede caminar… Y la mayoría son residentes. Por el medio de la calle circula un viejo tranvía que actúa como reclamo turístico más que otra cosa. Me recuerda mucho al 28 de Lisboa, aunque sin tanto encanto. A ambos lados de la avenida, tiendas de ropa de estilo occidental (incluso algunas especialmente garrulas). Evidentemente, hay un Mango, aunque no veo ningún Zara. Extraño… Además de las tiendas de ropa hay un montón de pastelerías, restaurantes y algunas librerías. Y todo está mucho más barato que en la zona vieja; no comparemos ya con los precios de los bazares.

Cae la noche y regresamos xino-xano hacia el hotel. Por el camino hacemos unas preciosas fotos de los pescadores que se amontonan en el puente. Parece que no se hayan movido en todo el día. Siempre están ahí, y no hay ni una sola mujer…

Después de un mini-descanso, nos levantamos en busca de un kebap. Hemos leído que en la zona universitaria y a la salida del gran bazar se encuentran los mejores sitios (los menos turísticos) para comer kebaps, así que allá vamos.

Una vez en la zona, con sólo levantar la vista hacia las cartas exteriores de los restaurantes empiezan a acosarnos y cantarnos sus virtudes los camareros de la puerta. Uno de ellos reconoce nuestro careto de españolitos y nos habla directamente en español. En la terraza, una pareja de gallegos nos recomienda el sitio y nos dice que el camarero en cuestión es de Alicante. ¡Mira por dónde! Por razones de posible parentesco, nos sentamos a la mesa y dejamos que el camarero, muy simpático él, nos recomiende sus platos. Finalmente: kebap de pollo para mi hermano y el clásico para mí. Con salsa picante. Riquísimos. Y lo mejor de todo: una vez pedida la cuenta, nos dice exactamente lo que debemos pagar en relación a los precios de la carta. ¡Es increíble! ¡Debe encontrarse mal porque no nos ha intentado timar! Es tanta nuestra alegría que le dejamos una pequeña propina como agradecimiento.

Por cierto, el kebak en cuestión se llama Yanar Döner y está en Makasclar Cadi nº 24, que es la avenida principal del tranvía, justo delante de una de las salidas del Gran Bazar.

Con esto regresamos al hotel. Estoy tan cansada que no tardo ni diez minutos en caer rendida. Mañana será otro día. Nanit bitxet meu!

Martes 2/03/2010

Hoy parece que las gaviotas y los cuervos están más tranquilos y podemos desayunar con más calma.

Con el estómago lleno caminamos rumbo a Eminou, donde cogemos el Scenic Bosphorus Tour, de la compañía estatal Ido. A parte de esta compañía oficial (20 TL i/v) existen un montón de “barcos piratas” y pescadores turcos dispuestos a cruzaros el Bósforo por menos dinero. Todo es cuestión de preferencias, pero con Ido se tiene asegurada comodidad, una mayor seguridad y seriedad de horarios, y el billete tampoco es excesivamente caro.

En poco más de hora y media estamos en A. Kävagi, un pequeño pueblo donde se alza un castillo bizantino en ruinas del siglo XIV. Además del castillo, lo que más se ve por todos lados son gatos. Está lleno de estos pequeños y simpáticos felinos que se relamen los bigotes ante tanto pescado…

Poco a poco y no sin esfuerzo llegamos a la fortaleza y aprovechamos para contemplar las maravillosas vistas y hacer unas fotos. Lo malo de Estambul es que está tan contaminada que el cielo nunca es claro del todo y siempre se aprecia una neblina blanca que impide la foto perfecta.

De repente empieza a lloviznar y decidimos volver al pueblo a comer. Tras ser “asaltados” por los trabajadores todos los restaurantes, carta en mano, nos decidimos por uno muy pequeñito, a penas un local prefabricado, en el que una mujer nos invita a degustar un menú de pescado por 10 TL. Es la primera mujer que vemos haciendo este trabajo y el lugar parece aventurar una buena comida casera.

Así es: ensalada, media caballa ala plancha, arroz con piñones y patatas fritas y un rico ayran para beber. En un lugar tranquil con sólo tres mesas donde comemos tranquilos mientras la gente pasea sus paraguas en el exterior.

De regreso a Estambul aprovecho para dar una cabezadita en el barco y después desde el puerto vamos dando un paseo hacia el hotel.

Hoy toca hamman. No sabemos muy bien adónde ir. Cemberlitas está cerca, pero es muy caro y excesivamente turístico. Consultamos foros por Internet y tanto de este último como de Canouglu sólo leemos opiniones penosas: “timo, no vale lo que cuesta”; “masaje de risa, engaña-turistas”, etc., etc. Pero tampoco vemos alternativas concretas… muchos citan baños tradicionales turcos sin indicar el nombre ni la ubicación.

Por suerte, en el hotel encontramos un tríptico de un hamman que tiene pinta de ser más tradicional y que al menos no es tan caro como el resto (40 TL frente a las 95 de Cemberlitas).

Llegamos a Sultanahmet Hamami y nos toca dar media vuelta: no aceptan pago con tarjeta. Regresamos con el dinero y al final nos decidimos por un tratamiento un poco mejor que el estándar y que nos cuesta 60 TL por persona (incluye un masaje con aceites después del baño). Nos dan una toalla, dejamos nuestra ropa en una cabina y cada uno entra por el lado que le corresponde. En mi caso, entro en una sala circular no muy grande donde hay cinco mujeres sentadas en el suelo alrededor de unas fuentes de donde recogen agua con unas palanganas. Después de un “hello, how are you?” descubro que son todas españolas (¡qué extraño!) y empezamos a conversar animadamente mientras escuchamos los gritos masculinos al otro lado del hamman. ¿Qué diablos les estarán haciendo?

Poco a poco, nos van recogiendo de una en una para llevarnos al peeling. Se trata de dos mujeres, una de unos 40 años y la otra de unos 30, d epechos grandes y bragas negras de abuela que nos tumban en un mármol cálido para sacarnos hasta el último milímetro de piel muerta. Estando en ello, disfrutando de mi masaje, veo entrar a la dueña del hamman que les chilla no sé qué en turco a las señoras de las bragas negras. Por mi intuición femenina deduzco que era algo así como: “venga nenas daros prisa que hay mucha cola y es pa’ hoy”.

Diez minutos más tarde estaba en el hal, enrollada en mi toalla tomando un té junto a un indio bastante creído que intentaba presumir de musculitos con sus amigos.

Por fin llega la señora dueña del hamman, que es la encargada de los masajes, y me hace pasar a la sala. Quince minutos de masaje con aceita, relajante pero bastante light.

Me visto y vuelvo al hall a tomar otro té. Empiezo a creer que han abducido a mi hermano. ¿Los hombres chillaban tanto porque los trituran y los transforman en carne para kebaps? Afortunadamente no. Mi hermano llega unos quince minutos más tarde y marchamos del hamman. Contrastamos experiencias y ambos nos damos cuenta de que el trato a los hombres es más “profesional” que a las mujeres (algo que ya habíamos leído antes en los foros)

Alfonso dice que entró en una zona de piedra caliente donde debían tumbarse y relajarse. De ahí les pasaban al peeling y luego a un masaje relajante de unos 15 minutos. Vuelta a la piedra caliente y después masaje de aceite que, según él, fue de esos que duelen pero te descontracturan todo. ¡No hay derecho!

Aún así recomiendo el lugar, porque creo que si no hubieran entrado tantas mujeres de golpe habría durado todo un poco más y porque la relación calidad-precio es buena en comparación con los famosos hammanes turísticos y carísimos de las guías.

Limpitos y descansados decidimos ir a por un lahmacum para cenar. Es la última noche y Alfonso está bastante cansado de los acosos de los camareros para que entremos a sus restaurantes. Llueve y no encontramos ningún sitio decente donde tengan lahmacum y no tenga pinta de tima-turistas, así que regresamos al Yanar Döner a ver a nuestro paisano de Alicante.

Y con esto acaba nuestra última noche en Estambul. ¡A dormir!

Miércoles 3/03/2010

Madrugamos para aprovechar nuestras últimas horas en la ciudad. Desayunamos rápidamente y nos acercamos a la plaza de la mezquita azul para hacer unas fotos diurnas de la zona. De aquí vamos a la pastelería de los baklavas y nos hacemos con un cargamento de tres quilos (mezclados con otros pastelitos de almendra y miel) para los amigos y familia.

En el hotel nos espera el transfer para el aeropuerto. Es la misma furgoneta y el mismo chico que nos recogió a la ida, pero esta vez va con más amigos y hay más turistas dentro. Hacemos una pequeña ruta por otros hoteles para recoger más pasajeros: el conductor no tiene en cuenta ninguna indicación, ni siquiera la de dirección prohibida, y se mete por las calles pisando a fondo el acelerador y sin ningún miramiento. ¡Qué peligro!

Llegamos sanos y salvos al aeropuerto. Afortunadamente, con tiempo suficiente, ya que los controles de seguridad en Ataturk son más estrictos de lo habitual. Los pasamos. Nos sellan el pasaporte y embarcamos cuando nos toca.

Cuando el avión despega, yo aterrizo en un profundo sueño… y despierto al llegar a Barcelona. ¡De vuelta en casa!

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